Gustave Flaubert escribió que el futuro nos tortura y el pasado nos encadena, lo cual explica el porqué se nos escapa el presente. Veinticinco años en la vida de una persona son muchos años. Baste con un ejercicio de retrospección personal, en los que nos aproximamos a la cincuentena, a la trayectoria vital desde nuestra época de veinteañeros. Cómo nos hemos ganado la vida y si esa forma fue la que elegimos o nos vino impuesta, a qué hemos renunciado, cómo hemos tratado nuestros sentimientos y relaciones humanas, a qué y a quiénes hemos tenido miedo.
Podemos vernos reflejados en los personajes de la película que nos ocupa; analizar si somos capaces de escapar de la tortura del futuro y romper las cadenas del pasado. Si tenemos el coraje y la valentía de atrapar el presente. "El último concierto" ("A Late Quartet", Estados Unidos, 2012) nos describe los prolegómenos del concierto de celebración del veinticinco aniversario del cuarteto de cuerda "La Fuga". El título en inglés juega con el doble sentido del cuarteto tardío Opus 131 de Beethoven, interpretado en el a la par último concierto de uno de los protagonistas.
El guión de Seth Grossman y Yaron Zilberman describe con gran precisión los cuatro personajes, encarnados por actores magistrales y dirigidos a la perfección por el propio Yaron Zilberman (documental "Watermarks", EE UU, 2004), bajo la batuta de Angelo Badalamenti: el violonchelista Peter Mitchell (Christopher Walken); el segundo violín Robert Gelbart (Philip Seymour Hoffman); el violinista Daniel Lerner (Mark Ivanir); y la violista Juliette Gelbart (Catherine Keener).
Los que no somos expertos en música podemos llegar a la conclusión de que el quinto personaje, Alexandra (Imogen Poots), la hija violinista de Robert y Juliette, desentona. Entiendo su desconsolada rabia por las largas ausencias de su madre a lo largo de su joven vida, a quien cuestiona brutalmente la decisión de traerla a este mundo. No sabemos si en realidad está enamorada de Daniel o si su relación es para herir a Juliette (y a Robert) —pese a la redención final, anteponiendo la continuidad del cuarteto a su relación sentimental—. Con lo cuidada que está la película (como reconocen los expertos) desde la óptica de los detalles musicales y del mimo con los gestos de los músicos concertistas, podemos reconciliarnos con el personaje de Alexandra. Como cuando muestra el sufrimiento de los alumnos talentosos ante sus exigentes, y a veces envidiosos, profesores (Daniel). Contrastan las clases de perfeccionamiento de Alexandra con las que imparte Peter; siendo muy ilustrativa y reveladora la narración a sus alumnos de la anécdota vivida con el gran músico y genial violonchelista catalán Pau Casals.
Los concertistas de "La Fuga" se complementan perfectamente. Pero un acontecimiento inesperado hace que sus monótonas y planificadas vidas se quiebren. A Peter le diagnostican la enfermedad de Parkinson, cuando todavía vive el duelo por la muerte de su mujer. Lo que en principio iba a ser un concierto de celebración, se convierte en el último de la carrera del patriarca del grupo, a quien todos respetan y gracias al cual se mantiene una aparente y profesional cohesión.
Durante dos décadas y media han ido escondiendo, bajo la perfección musical, sus anhelos, ilusiones, esperanzas, celos, envidias, frustraciones, amistad y enemistad. De repente, el párkinson resquebraja la impostada unidad musical, y la infidelidad vengativa de Robert rompe su matrimonio con Juliette.
He visionado esta deliciosa película, esta gran obra menor, en una pequeña sala (de las de un cierto y nostálgico olor a rancio, al no utilizarse ya los ambientadores de limón), de unos pequeños multicines, de una pequeña ciudad. Sobreviven porque pertenecen a un grupo de cines. Y damos gracias que continúen estas pequeñas multisalas, porque las grandes y modernizadas están dedicadas (casi exclusivamente) a las superproducciones, con grandes efectos digitales y escasa o nula calidad de historia cinematográfica. En esta pequeña ciudad, llamada Palma, tenemos la suerte de que otros pequeños multicines (de versión original) fueran reabiertos bajo una cooperativa con aportación ciudadana (se llaman "Cineciutat"). Todo ello pese al ataque continuo a la educación y la cultura, encabezado por el gobierno de España (aquí también por el de Balears).
Veinticinco años de vida son muchos para un cuarteto de cuerda. Veinticinco años son muchos, en la vida de cualquier persona. Las conclusiones vitales, morales y éticas de la película son del espectador. ¿El interés del grupo está por encima de los sentimientos y proyectos individuales? ¿Es el objeto, el bien superior, la continuidad, musical y artística, del cuarteto; o la necesidad de perpetuación del ego de Peter? —escalofriante la mirada al abismo desde la azotea, cuando piensa en el futuro que le deparará su cruel enfermedad—. ¿Es el último o el primer concierto de una nueva era?
"A Late Quartet" es de las películas que, al terminar la proyección, te dejan un buen sabor de boca y de espíritu, que te han transmitido sentimientos y vivencias. Me quedo con la frase que Robert dirige a Daniel: "¿De qué tienes miedo?, ¡desata tu pasión!". (¿De qué tenemos miedo?). Y el cumplimiento de ese deseo reprimido, de esa orden implorada, siquiera por una vez, por un último o primer concierto, cerrando la partitura del Opus 131 de Beethoven. ¡Bravo, maestros!
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