La CEOE está aprovechando las vacaciones de verano —ese privilegio laboral caduco y desproporcionado, que diría su director de relaciones laborales, De La Cavada— para continuar, con toda virulencia, sus ya clásicos ataques a los derechos de la clase trabajadora. Ahora le ha tocado el turno a su presidente, y ministro de Empleo adjunto, Joan Rosell —con el eco posterior del vicepresidente, Arturo Fernández—; que renombra esos derechos laborales como "privilegios".
Puede ser el sofocante calor. Puede ser el morbo de ver cuánta gente les escucha (además del obediente Gobierno de Rajoy). Quizá ambas cosas. El caso es que los lenguaraces superpatronos españoles no se callan, ni con la boca seca y llena de mentiras.
Dice Rosell que hay que combatir la dualidad del mercado laboral "retirando a los contratos indefinidos algunos de sus privilegios e incrementándolos para los temporales". No sabemos con qué graduación de gafas logra ver el patrón de patronos esos privilegios. Si los traduce en términos económicos, y habla de retribución, compensación y beneficios sociales; de vacaciones, descansos y permisos retribuidos; de jornadas y horarios; de indemnizaciones por despido; denota que no se ha enterado de las dos últimas reformas laborales sufridas por los trabajadores (y por los desempleados) españoles. Una con el PSOE, en el 2010; otra con el PP, en el 2012 —esta última aplaudida y corredactada por su organización—.
A los trabajadores que no han bajado el salario los han reducido la jornada laboral, o ambas cosas. El despido —libre pero indemnizado, desde la aprobación del Estatuto de los Trabajadores en 1980— se ha abaratado sustancialmente con la reforma laboral de 2012, para los contratos "fetén". Y esta misma reforma ha liquidado —a la espera de la interpretación jurisprudencial— la ultraactividad de los convenios colectivos, dejando a miles de trabajadores casi "a pelo" —bajo el Estatuto de los Trabajadores—, perjudicando la negociación y representación colectiva, y limitando las tutelas administrativas y judiciales; lo cual hunde todos y cada uno de los términos enunciados en el párrafo anterior. Son medidas que cada vez dejan más desnuda a la parte débil del contrato laboral, la trabajadora.
Toda esta dialéctica retórica denota lo que añoran los grandes patronos: el famoso "contrato único". Un contrato-baratija, en todos los sentidos. En costes salariales y de Seguridad Social. En costes de despido. En condiciones socio-laborales. El 'minijob' alemán tan amado por Rosell, pero con el rancio aroma autóctono. Les sabe a poco el contrato "indefinido para emprendedores", con el despido absolutamente libre y gratuito durante el primer año (duración aberrante del período de prueba).
Como siempre que se producen declaraciones de la cúpula de la CEOE tenemos la guinda, algo de postre. Rosell apostilla que los desempleados deben recibir "la ayuda mínima y necesaria" para seguir sobreviviendo. Hay varias preguntas obligadas al respecto. ¿Qué es para don Joan lo "mínimo necesario"?; ¿lo justo para no alcanzar la desnutrición?; ¿lo necesario para no dormir debajo de un puente?
Esto lo dice el presidente de una organización patronal que recibe anualmente más de seis millones de euros de los contribuyentes españoles. Que maneja un presupuesto de 19,6 millones de euros. De la que no conocemos los sueldos de sus dirigentes, información que se niega a facilitar.
Ya que es complicado, en términos de hecho y de derecho, el experimento que propone Rosell: que los trabajadores fijos cedan sus privilegios a los nuevos contratos temporales —se supone que para aumentar los contratos indefinidos, no se líen—; vamos a proponerle otro experimento, menos "Alicia en el país de las maravillas". Le proponemos que él y todos los dirigentes de su organización, CEOE, renuncien a sus privilegios. Empezando por el salario; que cobren el salario mínimo interprofesional. Continuando por las indemnizaciones y los seguros de pensión millonarios. Que reinviertan los beneficios de sus empresas en la creación de empleo. Que repartan el trabajo y la riqueza, y no la acumulen ilimitadamente en forma de capital. ¿Lo aceptarán? Es muy fácil hablar y mentir sobre los privilegios de las clases populares oprimidas, cuando se pertenece a una casta privilegiada dominante.
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