Al responsable de relaciones laborales de la gran patronal española CEOE, José de la Cavada, le parecen excesivos los cuatro días (dos días si el trabajador no necesita realizar un desplazamiento) de permiso retribuido, otorgados por el Estatuto de los Trabajadores (ET) en los casos de fallecimiento de un pariente (de hasta segundo grado de consanguinidad o afinidad). Argumenta tan siniestro y vil personaje su estúpida afirmación de la siguiente manera: "Se hizo pensando que los viajes se hacen en diligencia, pues se dan cuatro días para un permiso por defunción que, evidentemente con los vehículos que hay ahora, se trata de horas de desplazamiento, o a veces de una hora".
De La Cavada es de los que piensan que los trabajadores tienen que ir al trabajo llorados de casa. Es más que suficiente un día para el velatorio, y otro para el entierro de los seres queridos más cercanos. Si el pariente fallecido vive en otro continente, o abandona este mundo en fin de semana —los días no laborables cuentan como permiso—, el trabajador siempre puede fletar un vuelo privado supersónico, que probablemente costeará la empresa. Al directivo de la CEOE le preocupa el peso en el absentismo laboral de los fallecimientos; sospecha que a los asalariados se les mueren los padres más de una vez. Y esto es imperdonable para la necesaria y elástica flexibilidad de las relaciones laborales; máxime cuando a quien se estira continuamente es a la parte social, al empleado: un poco más, que todavía da mucho de sí antes de romperse.
El jefe de Cavada, Joan Rosell, no comparte las afirmaciones de aquél. Y el susodicho ha matizado sus declaraciones con una supuesta disculpa que es más de lo mismo. En cualquier caso, no deben estar en la CEOE muy descontentos con su director de relaciones laborales, cuando lo mantienen en el cargo. Y algo del pensamiento de los grandes patronos deben de contener las palabras de quien, tanto en esta ocasión como en otras anteriores, actúa de "polémico" vocero más o menos oficial. Tienen experiencia con su anterior presidente, encarcelado y condenado, Gerardo Díaz Ferrán: "Hay que trabajar más y ganar menos para salir de la crisis". Y el señor Rosell tampoco se queda atrás en sus declaraciones. Sin olvidarnos, cómo no, del vicepresidente de los patronos españoles (y presidente de los madrileños), denunciado por pagar sueldos en sobres con dinero b; el gran Arturo Fernández.
Estas chulescas y amenazantes salidas de tono también me recuerdan mucho el famoso "se acabó tomar el cafelito" —a los funcionarios— del actual secretario de estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta. En su caso no parece que le sirviera de mucho su dedicación exclusiva —con o sin cafeína— como consejero de Economía de la Comunidad de Madrid, en cuanto a su inexistente eficiencia y nula eficacia en su obligación legal de control de la Caja Madrid presidida por Miguel Blesa.
El fondo del asunto denota la mentalidad de los patronos españoles. Hay que atar corto a los trabajadores. La mejor motivación sería como la de los talleres textiles asiáticos o los (¿clandestinos?) occidentales: un camastro al lado de la mesa de trabajo, en un sótano oscuro. Nada de vacaciones, ni permisos, ni fines de semana; nada de conciliación personal y familiar; nada de limitar la jornada de trabajo y las horas extraordinarias; un contrato de trabajo y un sueldo míseros; y denos las gracias, que así no se morirá de hambre.
Lo he escrito muchas veces. Los grandes patronos españoles son insaciables. Al día siguiente de que el BOE, por gentileza del Partido Popular, publicara "su" retrógrada reforma laboral —una máquina de despidos, desempleo y trabajo precario—, ya se les había quedado corta. Nunca son suficientes los retrocesos en derechos socio-laborales y salariales; en negociación colectiva; en la individualización de las relaciones laborales; en el abaratamiento y facilitación del despido; en el aprovechamiento de la crisis económica para infundir miedo; etc. En esta labor no les faltan aliados, además del Gobierno del PP, como el Fondo Monetario Internacional (FMI); y sus recetas —nunca aplicadas a sus propias élites ejecutivas— de reducir salarios y abaratar despidos (más aún). Recetas mercantiles adecuadas para hundir todavía más la economía y conseguir controlar una sociedad de esclavos.
Cavada, la CEOE y secuaces nos sitúan en la era del automóvil, pero sus planteamientos, deseos y órdenes, decimonónicos, sí que nos acercan a la época de la diligencia; la que justificaría (según su sabio criterio) los cuatro días de permiso por fallecimiento. Que no se preocupen, lo están consiguiendo, por el camino que ellos quieren y con muchos caballos de potencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario