En España tenemos una gran tradición de salvapatrias: "Dios, Patria, Rey". Sin remontarnos muy lejos históricamente, los tuvimos en 1936; y nos hundieron durante cuarenta años de dictadura franquista en la oscuridad social y cultural, en la represión y el miedo. Entonces se vistieron con uniformes militares, tras los que se parapetaban los poderes económico, financiero, y eclesiástico —nacionalcatolicismo—.
Los seguimos teniendo en el siglo XXI. Otrora utilizaban la fuerza de las armas militares y policiales, con la bendición de la jerarquía católica —represión policial a la que hemos vuelto en los últimos tiempos; sotanas que nunca se fueron—. Actualmente sus armas son las teclas de una computadora o robots (financieros) programados, a las órdenes de los grandes fondos de inversión y especuladores; que mueven millones de dólares en minutos; que hunden las bolsas y las economías de cualquier país y las vidas de sus ciudadanos, tan rápido como los grandes ladrones de guante blanco se enriquecen más y más, y en el tiempo que tardan en tomarse un carísimo coñac y fumarse un exclusivo puro.
Recientemente el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, ha concedido una entrevista al periódico El País. Ha sido un ejercicio de mercadotecnia, en el que no ha parado de repetir que en un plazo corto va a devolver (casi todo) el dinero público de las ayudas del Estado, y a repartir jugosos dividendos a sus accionistas. El mensaje es claro: Bankia es solvente (con la inyección multimillonaria de dinero público) y será altamente rentable. Tienen prisa en entregar totalmente al capital privado las antiguas cajas de ahorro "nacionalizadas"; la gran banca no quiere una banca pública: mejor conseguir barato un banco de cajas saneado con miles de millones de euros públicos.
En el análisis de lo que Goirigolzarri no ha dicho, hay medios que subrayan que no ha pedido perdón públicamente. No es exactamente así. Con comicidad y gran cinismo el presidente de Bankia afirma que "Hicimos una campaña de publicidad admitiendo errores [por las participaciones preferentes]. Lo que teníamos que decir ya lo hemos dicho". Debe ser algo así como un perdón subliminal.
Pero vayamos al titular, que no tiene desperdicio: "No se ha rescatado a los banqueros [ni a los bancos], sino a los depositantes”. Una afirmación muy arriesgada y tramposa, teniendo en cuenta que el Fondo de Garantía de Depósitos (FGD) cubre 100.000 euros por depositante y entidad —ya sabemos que no abarca todos los depósitos bancarios, del mismo modo que ningún banco podría reintegrar simultáneamente todos sus depósitos—. Cabe preguntarse a continuación: ¿a quién o a quiénes se ha rescatado en Bankia? Sabemos a quién no: a los miles de preferentistas engañados y estafados; a los empleados con los salarios reducidos (según nos dice el propio presidente de la entidad); a la obra social (sustituida, dice el presidente, por "la responsabilidad corporativa").
Los silencios del exejecutivo del BBVA también encierran el juego sucio empleado para esos 6.000 despidos que menciona en la extensa entrevista. Nada dice de las presiones para acogerse "voluntariamente" al Expediente de Regulación de Empleo (ERE) —"tú verás, después será mucho más barato"—; o los cientos de denegaciones a solicitudes de acogimiento voluntario, para sustituirlas después por despidos forzosos.
Me producen repugnancia, desconfianza e inquietud ciertos salvadores. Sean banqueros que acuden al rescate de bancos, desde sus retiros dorados y a cambio de suculentas retribuciones. Sean (sagrados) expresidentes de Gobierno —como Aznar, corresponsable de hinchar la burbuja inmobiliaria— que acuden a la llamada de su partido político y de "los españoles", desde sus múltiples puestos en los consejos de administración de multinacionales. Sean presidentes de Gobierno, gobernantes y políticos, a las órdenes de organismos y poderes externos. Salvémonos de estos poderosos salvadores de sí mismos.
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