Nos estamos acostumbrando a las ruedas de prensa del presidente del Gobierno de España, retransmitidas por la pantalla plana desde su burbuja insonorizada de cristal. Lo ha hecho tras las últimas reuniones de la Junta Directiva Nacional del Partido Popular. Es como cuando, en un gran espectáculo o mitin electoral (que viene a ser lo mismo), se colocan pantallas exteriores para que sea contemplado lo que sucede en el escenario; y así contentar e incrementar el auditorio que no ha podido entrar.
No sabemos muy bien si la retransmisión era en directo, o asistimos a la reproducción de un mensaje grabado (en terminología Cospedal, "en diferido") o, quizá, a un Mariano Rajoy digital recreado informáticamente. A la escena se une el bochornoso y triste espectáculo que dan los medios de comunicación —salvo honrosas y escasas excepciones—, contemplando el discurso digital del presidente del PP en la "salita" de prensa de al lado, retransmitiendo y tomando notas en sus cuadernos y ordenadores portátiles.
El "sin preguntas no hay cobertura" se empleó (y funcionó) con la ministra de Sanidad, Ana Mato, en el plantón que le dieron los corresponsales en Nueva York. Pero aquí, en casa, los periodistas domésticos de los medios domesticados no se atreven a aplicarlo. Si el PP y su presidente prefieren seguir ejerciendo su tan pronunciada transparencia mediante el contraste de una pantalla, que lo hagan: que lo emitan desde su sede de la calle Génova a través de internet (en directo o en diferido); pero que se encuentren con la sala de prensa vacía.
Se nota la impronta que los poderes mercantiles y políticos ejercen a través de las propiedades de determinados medios de comunicación y persuasión (prensa, radio, televisión). Se aprecia claramente en los tan actuales y tan de moda "debates" televisivos. Están, por una parte, los que se celebran en los grandes medios generalistas donde, al menos aparentemente, encontramos comunicadores, periodistas, opinadores y contertulios de "izquierdas" y de "derechas" —para los más púdicos, centroizquierda y centroderecha—. Y luego tenemos los de la llamada "TDT Party", ultra/derecha católica y política (para los que se ofendan, "ultraliberales"), donde los antagonistas se presentan como "conservadores" y "progresistas" ("progres").
Es asombroso ver la presencia de colaboradores estrella de la "TDT Party" flirteando en otras grandes cadenas. Su simbiosis pasa por un programado mimetismo, que escenifican mordiéndose un poco la lengua. El asombro disminuye cuando vemos que a alguno de ellos se le ha acabado el chollo de generosas facturaciones (por cortas intervenciones) en la televisión "pública" madrileña.
No escuchamos a estos progresistas cuestionarse el brutal sistema capitalista y las leyes de mercado, responsables de la catástrofe socioeconómica que sufrimos las clases no pudientes, reforzada por los ataques a la ciudadanía de sumisos gobernantes bajo las órdenes de la troika. No pasan de una refundación del capitalismo al estilo Sarkozy: reinvertarlo para que todo siga igual. Los que dicen ser de ideal y valores republicanos, se transforman en monárquicos/republicanos "juancarlistas" y "felipistas" —el heredero al Trono mejor formado de la historia de la monarquía hereditaria española, nos publicitan—.
Es similar a cuando la cabecera de un rotativo de enorme difusión, en el preámbulo de una entrevista al economista James K. Galbraith, nos presenta a éste y a Paul Krugman y Joseph Stiglitz como "economistas de izquierdas". Todo a la izquierda que se puede estar sin poner en cuestión las bases esenciales del régimen económico capitalista como orden social, elemento de producción y "creador de riqueza" (muy mal distribuida).
Resulta llamativo comprobar cómo muchos de esos contertulios en nómina se pasean por las radios, televisiones y programas (compatibilizando horarios en la misma y diferentes emisoras); y escandaloso que algunos de ellos acepten intervenir y compartir mesa de debate con voceros de la extrema/derecha (para los que se lleven las manos a la cabeza, "ultraliberales").
Hay caras con el abono garantizado, como el director de "La Razón" (nombre presuntuoso donde los haya; del mismo grupo empresarial de una de las televisiones de la que es asiduo). O un expresidente de Cantabria, al que le dejan nada menos que una hora de publirreportaje grabado ("mojando el ojo"), a unir a anteriores de "vengo a hablar de mi libro" —da la sensación que preparando las próximas elecciones autonómicas, a las que manifiesta querer presentarse—; al mismo tiempo que aparecía en directo en una cadena "rival". Todo ello en fin de semana, y en horario de máxima audiencia.
A modo de pequeños oasis las grandes cadenas mantienen algún programa "crítico", como el del periodista antes conocido como "El Follonero", o el de "El Gran Wyoming". Para encontrar un remanso de debate e información no controlada ni de portavocía del poder mediático, hay que refugiarse en medios de comunicación alternativos (prensa digital, radios, internet). Por citar alguno, véanse los debates de "La Tuerka" ("con mano izquierda", sin complejos y plural); o "Fort Apache" ("tertulia política de resistencia").
Quizá comprenderíamos muchas más claves, relativas a los medios de comunicación de masas, si trascendieran los nombres de periodistas que aparecen en los famosos "papeles de Bárcenas", según el también periodista Raúl del Pozo: "Hay periodistas y ocho o diez nombres que estremecerían". "Ahí se habla de empresas de comunicación, distribuidoras, empresas de vino, periodistas de radio y televisión...".
En este país, y en esta sociedad, es muy difícil ejercer el pensamiento crítico, y no dejarse aleccionar por el pensamiento único. Pero, aun siendo complicado, "sí se puede".
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