Recuerdo en mis años de adolescencia, allá por el comienzo de la década de los ochenta (del pasado siglo), unas imágenes que no me cuestionaba, y que incluso se percibían por aquella sociedad y aquel barrio como dentro de la "normalidad".
Veía, en el barrio humilde de Madrid donde crecí, a personas (hombres, mujeres y niños), con aspecto descuidado y paupérrimo, rebuscar en los contenedores de la basura y sus alrededores. Cualquier cosa, ya fuera comida, ropa, pequeño mobiliario, objetos varios.
Lo observábamos desde nuestra posición de familia de clase obrera, humilde. Pero el sistema nos había encuadrado en una llamada "clase media". Era la clase que compraba pisos y coches a plazos. Y que, incluso, tenía hijos que iban a la universidad –en el caso de uno de mis hermanos y en el mío propio, simultaneado con una muy pronta incorporación al mercado de trabajo, y con mucho esfuerzo y dedicación–.
Nuestro avanzadísimo sistema capitalista (aquel que Sarkozy, en el 2008, quería "refundar"), otrora paternalista (nunca padre y siempre padrastro); muy democrático, ha ido reconvirtiendo esas escenas haciendo ver a nuestras conciencias que se trata de casos aislados: mendigos, indigentes, pordioseros, desclasados, asociales, holgazanes, vagos, antisistema, inmigrantes; pobres, desheredados y parias del mundo, en definitiva.
Ayer leía y escuchaba en los medios de comunicación sobre el último informe de Unicef, donde alertaba de una importante cantidad de niños españoles a punto de cruzar la línea roja. Niños que no podrán, como mínimo, acceder a unas gafas cuando las necesiten; o a tratarse una caries.
Esta mañana, en mi actual barrio de Palma de Mallorca (a priori, "ni humilde ni rico"), me dirigía a comprar el periódico y el pan. Y he visto a una señora mayor (no anciana), bien vestida y de buen aspecto, rebuscar en un contenedor de basura.
En el siglo XXI. En la Unión Europea del Euro. En la sociedad global de los grandes especuladores y delincuentes económicos. En la España que salva cajas de ahorro con miles de millones de euros de dinero público (para después regalárselas a la gran banca); por una cantidad equivalente a muchos de los agresivos y viles recortes sociales, sanitarios, educativos, de becas, de investigación, laborales, de dependencia, de pensiones, de la función pública.
Salvamos a los bancos. Abandonamos a los niños, a los ancianos, a los estudiantes sin recursos, a los desempleados, a los dependientes, a los inmigrantes (antes deseados para los trabajos duros); a los más débiles.
Si esto es lo que consigue el sistema capitalista, el de los grandes banqueros, financieros y especuladores; entonces, a lo mejor, no es que haya que "refundarlo sobre bases éticas", es que hay que sustituirlo por otro.
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