La inoportuna caída real en tierras africanas —el cazador cazado—, en su carísima invitación para cazar elefantes, por motivos conservacionistas y ecologistas (además de mercantiles); ha levantado la veda informativa (al menos transitoriamente) en los medios de comunicación oficialistas y promonárquicos.
Hasta la redención del famosísimo "lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir", con el que nos bombardean con auténticas tácticas de tortura psicológica y lavado de cerebros, se ha producido una curiosa simbiosis de monárquicos y republicanos.
Los defensores de Juan Carlos I comenzaron con la táctica de la defensa numantina de su tiempo libre. Sin aclararnos cuáles son su calendario y horario laborales; el rey puede hacer en su tiempo libre lo que le plazca, cuando quiera, y en donde le dé la real gana, ya sea matar elefantes en Botsuana, u osos emborrachados en Rusia.
Los súbditos más mediáticos han pretendido equiparar la caza de matar perdices, con la caza de matar elefantes. Y hasta nos han recordado que el cadáver de elefante colocado artísticamente tras el rey no era el hijo de Dumbo. Puede, incluso, que se tratara de un safari fotográfico.
No es que los monárquicos busquen un cambio de régimen, ni mucho menos. Hasta los "juancarlistas" presentan a un rey que chochea, y que debería de abdicar en su preparadísimo hijo, el príncipe de Asturias Felipe de Borbón. Sería un gesto que le honraría, a mayor gloria de la Patria y del Reino.
Cuando ha transcendido, más de la cuenta, el papel pseudoinstitucional de su "compañera" la princesa Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, vuelven los nervios y el parapeto de que pertenece a la esfera privada del monarca.
La separación de hecho, desde hace años, de los reyes de España, no pertenece a la esfera privada de la monarquía. ¿Por qué? Porque la reina Sofía de España lo es como consecuencia de su matrimonio con el rey (consorte del heredero sanguíneo del trono).
Es un asunto público e institucional, además de privado, porque la reina tiene una asignación económica como consecuencia de un matrimonio que no es tal, en fraude de ley (por muy monárquico y católico que sea).
Dicen que la caja de los truenos se ha abierto, y que no volverá a cerrarse. En cualquier caso, seguro que la dialéctica iniciada seguirá siendo pacífica, y difícilmente se podrán ocultar las abundantes voces (cada vez más) que reclaman un referéndum para elegir el modelo de jefatura del Estado: república o monarquía. Ahora no es el momento (nunca lo es), nos vocean por enésima vez; la situación económica, los mercados y las bolsas no lo entenderían...
Una institución no puede sobrevivir eternamente de glorias pasadas, como la sacrosanta Transición (con la corona entregada por el sanguinario dictador Francisco Franco) o el dudoso papel heroico en un intento de golpe de estado.
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