Nunca conseguiremos ponernos en la piel de los familiares y amigos de los cientos de muertos; en el lugar de las miles de víctimas del terrorismo de ETA.
Los que vivimos fuera de Euskadi –aunque hayamos tenido un breve contacto con esa bella tierra, como es mi caso–, nunca llegaremos a conocer la realidad diaria de la convivencia bajo el recelo, el miedo, la tristeza, la impotencia, la desilusión, la frustración, la indignación, el dolor.
Cuando leía determinadas informaciones de determinada prensa, poco antes del 20 de octubre, subrayando los emolumentos, traducidos en miles de euros, que percibirían las personalidades asistentes a la Conferencia/Foro de Paz de Donostia-San Sebastián (17-10-11), me preguntaba: ¿el abandono de las armas terroristas tiene algún precio tasado?, económico o de cualquier índole.
La respuesta es obvia: si el precio es esos miles de euros y el encuentro del día 17, un no rotundo.
Con todas las reservas que generan los actos de quien tiene cerca las pistolas: ¿qué hay de negativo en el anuncio de ETA del "cese definitivo de su actividad armada"?
Yo también brindo, junto con millones de demócratas, por la buena nueva del presente: el abandono de las armas de ETA.
Cabe esperar que los políticos y la sociedad gestionemos el nuevo tiempo de paz de forma esperanzada, eficaz, con ilusión, sin rencor, con reparación. Reconociendo y corrigiendo los errores; aprendiendo de las equivocaciones. No caben los actos y las actitudes cainitas.
Agur ETA!
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