La vicepresidenta del Gobierno de España, Soraya Sáenz de Santamaría, ha dicho que el Ejecutivo tiene la obligación "de escuchar a todos los españoles", tanto "a la gente que sale" a las calles como a las "mayorías silenciosas" que "se quedan en casa" y "tienen derecho" a que se vele "por sus libertades y por sus opiniones". Referíase la vicepresidenta a la multitudinaria cadena humana de la 'Via Catalana', organizada por la 'Assemblea Nacional Catalana' (ANC), y coincidente con la celebración de la 'Diada' de Catalunya (11 de septiembre).
Con este argumento el Gobierno de Mariano Rajoy pretende despachar las dos últimas 'diadas' reivindicativas vividas en Catalunya, con la asistencia de cientos de miles de personas. El razonamiento se une al otro clásico "dentro de la legalidad", gubernamental y mediático. La legalidad, en concreto la Constitución Española, es la misma inamovible Constitución que los partidos tradicionales (y tradicionalistas) reformaron en una semana. Y ¿para qué la reformaron?: para introducir un absurdo y amenazador techo de déficit. Y ¿obedeciendo a quién?: al Fondo Monetario Internacional (FMI), la Alemania de Angela Merkel, y organismos neoliberales afines.
Es decir, pueden reformar la Carta Magna en unos cuantos días, para colocarnos la soga en el cuello (lista para apretar), si nos pasamos unas décimas del tanto por ciento de déficit público impuesto; pero no puede modificarse la Constitución para dar cabida a una consulta plebiscitaria en Catalunya. Consulta en la que los catalanes decidan su futuro geopolítico y jurídico.
El otro argumento de enjundia utilizado por el PP es el de las mayorías silenciosas. El Partido Popular es todo oídos para las mayorías silenciosas, cuando le interesa. Quizá se refiera la vicepresidenta a la misma mayoría silenciosa que se quedaba en casa cuando su partido llamaba a tomar la calle, un día sí y al otro también. Como, por ejemplo, en las entusiastas manifestaciones orquestadas con la jerarquía de la Iglesia católica en contra del aborto.
Puede que Sáenz de Santamaría también piense en la mayoría silenciosa que no votó en las pasadas elecciones (2011) a Cortes Generales de España; o en la mayoría silenciosa que no votó a su partido político.
También deben de estar incluidos en esas mayorías silenciosas de la vicepresidenta los millones de desempleados; los miles de hogares con todos sus miembros en el paro; los miles de estudiantes afectados por la brutal subida de tasas universitarias y el recorte de becas; los millones de pacientes, enfermos, medicados y dependientes afectados por los recortes sanitarios y farmacéuticos. Si el Gobierno escuchara atentamente a estas mayorías silenciosas, y no las despreciara igual que a las "ruidosas", hace tiempo que habría convocado elecciones. Tal pretensión se nos antoja muy difícil cuando ni siquiera escucha a los parlamentos, catalán y español, que aprobaron un 'Estatut' de Catalunya recortado por el Tribunal Constitucional, a instancias del propio Partido Popular.
Para el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, las protestas de aquí, comparadas con las de México o Chile, son "una fiesta de cumpleaños". Muy seguro está el Gobierno de que el colchón de la solidaridad y ayuda de familiares y amigos, de pensionistas, de la beneficencia, va a ser de duración indefinida; o que los brotes verdes económicos van a crecer en el desierto. Quizá no todo el Gobierno lo tenga tan claro, cuando el Ministerio del Interior aumenta y refuerza la partida presupuestaria para material antidisturbios. El incontinente verbal Wert (políglota en la intimidad) necesita ver barricadas e incendios en las calles; puede que en tal caso se le borrara del rostro esa media sonrisa de cinismo indiferente.
Volviendo a las mayorías, silenciosas o no. El presidente chileno Salvador Allende Gossens, en su último discurso antes de morir en el Palacio de La Moneda, dijo: "la historia es nuestra y la hacen los pueblos". En Chile los militares se apoderaron de la historia, con las bayonetas y las balas manchadas de la sangre del pueblo. En España sucedió lo mismo unas décadas antes. En la actualidad el poder mercantil no se viste de uniforme, adquiere la forma de organismos neoliberales y gobiernos subordinados ejecutores, se diseña en los despachos de las multinacionales y los grandes bancos y fondos de inversión, y se arma con recortes económicos, sociales y de derechos; con la transferencia obscena e impune de las rentas del trabajo a las rentas del capital. En España, y en Catalunya, el poder nos impide hacer nuestra historia. Como, me temo, en la inmensa mayoría de los territorios del planeta tierra. Mal de muchos, consuelo de pocos (¿o de tontos?).
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